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La historia sin fin o el poder creador de las palabras.

Esta sección, la llamaré Poética del Café. Un espacio para sentarnos a compartir con otros escritores sus reseñas, poesía, cuentos, poesías, artículos. Aldo Vásquez, editor de la revista Alastor quien nos ofrece una hermosa reseña de una clásica película.





Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,

cuanto se me ha tendido a modo de esperanza

José Ángel Valente


Como todo muchacho, pasé de las invenciones propias de la infancia, delirantes o simplemente fantasiosas a la banalidad que suele reemplazarlas en cierta etapa del crecimiento, todo cuanto quise pasó bajo una prejuiciosa lupa del desdén y de la “seriedad” que creí adquirir, bajo ella también una suerte de sensibilidad propia de los niños se fue perdiendo. A mis 11 o 12 años vi por primera vez “La historia sin fin” (1984) película dirigida por Wolfgang Petersen y basada en el libro homónimo de Michael Hende “Die unendliche Geschichte” (título original, 1979), cinta que apenas soporté y que no despertó mi interés por no entenderla o mejor dicho por ya no ser capaz de hacerlo. Muchos años después me vuelvo a enfrentar a este filme y me ha llevado a una revelación tan necesaria como simple: el poder creador de la palabra ante la nada.


¿Y qué es la nada? En una respuesta simple yo diría que es la ausencia de algo o la imposibilidad de creación. Aunque esta obra posee un carácter filosófico, no pretendo más que abordar los principios que componen su argumento desde un interés literario. Pues toda gira alrededor del poder creador de la palabra, principio más que entendido por los artífices de la misma, pues, la poiesis a grosso modo alude al acto de la creación (llámese poesía, música o pintura). Si bien el argumento de la película puede ser bastante simple:



La tierra de Fantasía está a punto de desaparecer debido a que la “nada” está consumiendo o “nadificando” todo cuanto existe en ella, la misión de salvarla recae en Atreyu, un joven guerrero que debe atravesar por muchos peligros para lograrlo. Aunque en el camino tendrá aliados, el más importante es un niño humano llamado Sebastián quien ni siquiera forma parte de dicho mundo, pero es quien lee dicha historia desde el ático de su escuela. No obstante, éste es el verdadero salvador de la tierra de Fantasía a través del aparentemente sencillo, pero engañoso trabajo de dotar de un nuevo nombre a la emperatriz Infantil de este reino, uno al borde del colapso y cuya esperanza depende de quien ha renunciado a la imaginación.


Luego de la pérdida de su madre, Sebastián afronta una realidad gris: un padre que decide voltear la página y seguir sin esperanza, pero convencido de que no hay más alternativa, una sociedad que poco aprecia la imaginación y un sistema educativo indiferente a semejante virtud, son algunos de los obstáculos de los protagonistas en esta historia. Precisamente en esas adversidades se nos vas revelando una estrecha relación entre Atreyu y Sebastián quienes a pesar de ser opuestos entre sí y paralelos en gran parte de la narración, sus mutuas caídas los van fortaleciendo para alzarse sobre ellas − a manera de Fénix −.


La más fortuita creación puede ser a su vez producto de la más emancipadora catarsis, después de todo el poeta es ese ser que se reinventa luego de cada caída y en el poder de la palabra reposa su salvoconducto a la dignidad, pero más allá de un interés personal existe en “el creador” la posibilidad de ser quien traza el camino a seguir para quienes no pueden ver el brillo de la esperanza escrita en su propio mar de ceniza.


Atreyu, aunque valiente, en el camino hacía “su Ítaca” va endureciendo su carácter y aprendiendo de cada tropiezo por muy doloroso que sea, ya que caer es un principio esencial del aprendizaje y sobre todo de la revelación poética que es lo que compete a este texto. Ángel Gonzáles (1925 - 2008) decía que el poeta es un ser como todos, siente, ama, odia, desea, se ilusiona, falla o acierta, etc. La diferencia reside en la capacidad de volver esa experiencia un registro verbal, poético, filosófico o histórico que ayuda al autodescubrimiento (colectivo o personal).


La nada por su parte es lo no existente, aquello que consume toda posibilidad de oponerse al sin sentido, ya sea de la existencia o de la experiencia personal ante la vida, ante ese sin sentido el nombramiento de algo ya existente resulta revelador; no me refiero a la desautomatización del lenguaje, sino, a la desautomatización de las experiencias como herramientas capaces de hacer vivir lo extinto o de ofrecer una nueva óptica.


En ello reside el poder creador de la palabra, la palabra del poeta es el grano de arena capaz de crear un reino entero, una ciudad, un imperio o un universo, Tolkien sería el mejor ejemplo, todos conocemos el resultado de la emblemática frase “En un agujero en la tierra vivía un Hobbit”.


“La Historia sin fin” además de una abstracta, pero no incomprensible narración es también una crítica a la condición humana, como punto relevante cabe señalar el momento en que Atreyu se encuentra ante “el espejo” que es capaz de revelar el verdadero ser de quien se refleje en él, en este caso el héroe alcanza a ver a Sebastián, quien es en más de un sentido su opuesto.


En segundo lugar, Gmork, antagonista por excelencia responde a las inquietudes del guerrero antes de intentar acabar con él: “La nada es el vacío que queda, la desolación”; lo cual puede hacer referencias a guerras, incertidumbre, hambre o diversos desastres antropocéntricos etc., pero el papel de Gmork no es solamente simbólico ya que manifiesta servir a “la nada” porque “un humano sin esperanzas es fácil de controlar y aquel que tenga el control tendrá el poder”, es decir, también es un ser derrotado que se limita a acelerar el proceso de la destrucción ya que está convencido de que con ello contribuye a la emancipación de los soñadores, de los idealistas, de los estetas, − acaso él también lo fue alguna vez − porque ante todos ellos la nada se erige como la antítesis perfecta.


Igual que ante un poeta la indiferencia es todo aquello nocivo para él, en “La historia sin fin” la nada es la derrota, la aceptación de la calamidad humana, pero la reinvención de esa realidad a través de la palabra lo es todo para resistirse. A manera de conclusión, la palabra es todo lo que nos queda como un desafío ante la marcha del tiempo. El silencio no siempre es sinónimo de la nada, es una de las formas de imperturbabilidad más comunes, pero en su contemplación es posible el redescubrimiento de algo que está ahí, a la espera de que una simple palabra pueda darle un nombre y vida.


Aldo Vásquez



 
 
 

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