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Los zapatos de goma

"Lo maravilloso de la infancia es que cualquier cosa es en ella una maravilla." G.K. Chesterton



Por esas maravillosas casualidades de la vida, llegó a mis manos el cuento de Gladys Elizabeth Barbieri escritora de origen nica. Su padre Ramón Barbieri nicaragüense que lleva muchas lunas en estas tierras tuvo la gentileza de invitarme a una tertulia de escritores que se prolongó un fin de semana en su casa en las montañas de Skyforest, en San Bernardino California.


Como buen anfitrión y excelente promotor cultural en este país, me obsequió varios ejemplares entre los cuales estaba "Los zapatos de goma" un cuento infantil que me identifiqué profundamente con la historia. Es una niña que a través de sus zapatos de goma va descubriendo muchas cosas en su entorno pero también en su interior.


Recuerdo que siendo una niña, casi de la edad de la protagonista, también tuve unos terribles zapatos estilo mocasines, con una suela gruesa de hule o goma. Me caían tan mal porque no me sentía a gusto con ellos, eran muy cómodos eso sí porque pateaba, corría, saltaba la cuerda y nunca se me salían de los pies.


En esa época, la mayoría de alumnas usaban zapatos flat o les permitían los famosos estilo "chino" que eran unas zapatillas de tela con un bordado con flores rojas, algunos eran completamente negros. Pero mis zapatos "burros", me los llevo la tía Ana Rosa, quien a partir de los años 60´, viajaba desde New Orleans a Managua llevando mercancía para vender de un extremo a otro, sin querer Ana Rosa tenía un libre comercio sin saberlo. Pobrecita, tantas maldiciones que le tiré el primer día que llegué a la escuela con una rareza que no había en el mercado nacional.


Cuando somos niños o adolescentes, lo que más importa es la aceptación del colectivo, nuestra endeble personalidad apenas está tomando forma y lo que se sale del colectivo es considerado "raro", "nerd", "hipster", "Emo" entre otras tantas y tantas etiquetas que colocamos cuando estás fuera del círculo.


Los zapatos de goma, a simple vista pareciera un libro infantil con una historia sencilla, pero hay mucho más entre líneas. Gladys acertadamente escribe para un público que transita en ambas riberas del idioma, el inglés y español porque es una realidad en estas circunstancias donde ambos lenguajes conviven, se aceptan porque el bilinguismo no es solo una necesidad comunicativa en este país, es además una gran oportunidad de mercado. Sorprende escuchar armenios, egipcios, indios, filipinos, chinos y gringos hablar lo básico en español para atender sus clientela latina. Por otro lado, la autora rescata el español poniéndolo al mismo nivel del inglés porque el prejuicio latino aunque persiste en algunas zonas de Estados Unidos, cada vez son más los norteamericanos que aprenden el español como segunda lengua y respetan a la comunidad que se expande.


Me conmovió leer una historia tan parecida a la mía, donde alguien siente que está en los zapatos equivocados, cuántas veces en nuestra vida sentimos eso? a veces pensamos que no calzamos en ninguna parte y es que quizás usamos los zapatos que aunque nos den pisadas firmes, pensamos que no son tan "cool" o fantásticas como las de otros. Es precisamente la comparación sobre lo que es hermoso y lo que no lo es, lo que es más importante cuando la escaces económica es una realidad que desde la infancia debemos asumir. Pero al final, como toda historia la reflexión es en varias direcciones para los padres que nunca debemos mentir sobre el dinero a los hijos, no sacrificarnos, ni endeudarnos por darle "lo que nosotros no tuvimos", eso es subestimar la comprensión de los niños.


Gladys Elizabeth nos regresa a esa infancia de limitaciones, pero también de enseñar que hay quienes tienen menos que nosotros. Esto me llevó a la sala de la tía Chela, que nos ponía el disco del Gran Combo de Puerto Rico: "los zapatos de Manacho son de cartón, son de cartón de cartón. Manacho tenía tremendos zapatos y cuando llovía andaba descalzo". Todos los primos hacíamos rueda bailando la divertida pieza, pero que también retrataban la realidad de nuestros países latinoamericanos, hay quienes usaron su primer calzado hasta la adolescencia y todavía esto lo vemos en zonas rurales y urbanas sumamente empobrecidas.


Pero como toda buena latina, Gladys Barbieri cierra su historia como nos enseñaron nuestras abuelas y madres: cuando un par de zapatos no te queda o no te guste, hay quien los recibe con gran alegría.


Ponernos en los zapatos de los demás, no solo es tener empatía sino compartir los pasos que un niño puede lograr cuando le otorgas la oportunidad que pueda caminar con pasos firmes.


 
 
 

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