Las palabras que gritamos en silencio.
- Madeline Mendieta
- 3 jul 2024
- 5 Min. de lectura
Despedida a Ernesto Aburto.

Como todo adolescente que necesita desafiar la autoridad, siempre estábamos metidas en problemas. De forma tal que nos ganábamos un llamado a nuestros padres para presentarse y escuchar el rosario de quejas que el padre Richard Vélez, director del Instituto Loyola en esa época, tenía para darle a los padres.
Fueron tantas ocasiones que una más podría tener mayores consecuencias y no queríamos estar de nuevo en el banquillo de los acusados. Así que varias veces fue nuestro mediador y amigo a salvarnos la campana frente a los Jesuitas quienes eran muy abiertos y tolerantes por el contexto que vivíamos en ese entonces, pero también tenían sus límites y nosotras no los respetábamos.

Así fuimos haciendo una amistad fraterna con Ernesto Aburto, quien fue nuestro intermediario y consejero en la dura década de los años 80 cuando los fantasmas de la guerra convivían con nosotros y la diversión para los adolescentes era paupérrima. Ernesto entendía esto y nos abría la puerta de su casa para que llegáramos a estudiar matemáticas, física con su hija Carmen María, con quien tenemos una entrañable amistad de varias décadas y que, pese a la distancia, esos recuerdos nos mantienen atadas a la memoria.
Carmen María, estudió conmigo a partir del 3er año de bachillerato y por una costumbre de los colegios, siempre mezclaban a los alumnos de las secciones anteriores y hacían nuevos grupos, es decir si en 2do año eras del A, el siguiente año podrías estar con los del B y C, así que por esta lotería quedamos ese año en la misma sección. Amistosa y divertida de inmediato nos hicimos un grupo memorable: Fátima, Marisol, Carmen María, nuestro inseparable Renato y esta que les habla.

La casa de la familia Aburto Sandino, ubicada del antiguo Cine Rex 2 o 3 cuadras hacia abajo, se convirtió a partir de ese tiempo en una suerte de centro de operaciones, estudio, fiestas, recaudación de fondos, porque si algo que distinguió a esta familia era la capacidad de tolerar a 50 adolescentes, bailando en su casa. Por lo menos llegábamos unas 2, 3 veces por semana a estudiar las odiosa álgebra la cual para algunos se nos hacía difíciles de entender, pero ahora a la distancia también no entendía cómo nos alimentaban a todos en tiempos de escaces! Allí se cumplía que donde come 1 comen 20!

Una de las tantas veces Carmen María nos invitó a la biblioteca de su papá y allí estaba Ernesto, con sus tesoros, su escritorio, fumando mientras escribía o leía. Por su trabajo salía muchas veces fuera del país y siempre preguntaba a sus hijas qué querían, Carmen le pedía los últimos libros de Gabriel García Márquez porque luego de leerlos, los prestaba a nosotras. Recuerdo cómo sufrimos con Santiago Nasar, en “Crónicas de una muerte anunciada” y en otra ocasión llevó “Versos satánicos” de Salman Rushdie, el cual no le entendíamos porque habría que tener conocimientos del Corán y aunque Aburto nos explicaba la cultura y además nos facilitó el libro del Corán que también estaba en su biblioteca, fue un libro complejo para nosotras.

En el año 1988, el mundo se sacudió con la “Última tentación de Cristo”, bajo la dirección de Martín Scorsese y adivinen ¿quién la llevó en versión Betamax a Nicaragua? Ernesto Aburto quien le pidió a su hija organizar una tarde de películas en su casa e invitar a todos sus compañeros junto a los curas Jesuitas, quienes por supuesto aceptaron porque en ese entonces la película fue prohibida en muchos países y el nuestro no fue la excepción.
Así que una tarde de sábado, la casa Aburto fue un cine foro íntimo, donde los sacerdotes y Ernesto fueron nuestros panelistas con una discusión de altura, respondiendo nuestras preguntas, respetando nuestros puntos de vista de adolescentes que tenían sus inquietudes también sobre la religión, los dogmas. En el 5to año de Bachillerato, Ernesto Aburto fue invitado al colegio para dar una charla sobre el oficio que él digna y religiosamente hacía a diario. Carmen María y yo, éramos las únicas de los 90 y tantos que decíamos que queríamos ser periodistas. La vida posteriormente nos llevó a ambas estudiar letras, lo que de una forma u otra su padre nos ayudó a descubrir nuestra pasión por la literatura y en nuestros años de universitarias las fiestas con nuestros docentes también se celebraron con algarabía.
Con esa familia, compartimos muchas cosas: bodas, bautizos, fiestas patronales en su amada ciudad de Nandaime, la cual todos los años en julio celebran a Santa Ana y las puertas de la otra casa en Nandaime, siempre estuvieron abiertas.

Después de algunos años que no tuvimos contacto tan cercano, nos reencontramos durante uno de los festivales de poesía de Granada. El viernes de esa semana poética, los invitados internacionales viajaban a diferentes departamentos que los recibía con todo el protocolo al punto de entregarles pergaminos de “ciudadanos distinguidos”, obsequios y una fiesta cultural.
Qué inmensa alegría que ese año Nandaime recibió a los escritores y yo solicité que me enviaran. Allí estaba Ernesto Aburto en el restaurante La Casona negocio de su cuñada, dando un discurso de acogida a los poetas, con su magisterio de precisión y economía de palabras, pero siendo certero como un arco tenso que dispara con la fuerza para clavarse en un tronco.
Porque Aburto, fue siempre esa saeta encendida que nos dio luces cuando vivimos una época tenebrosa que nos carburó a punta de miedo y represión. Nuestros amigos se marchaban obligados a la guerra, otros lograron regresar y nos contaban sus vivencias. Fuimos una generación de sobrevivientes con extremas limitaciones. Que fue nuestro “Uber” en la temeraria “prelavada”, una station wagon de los 70´ cuya pintura estaba oxidada, pero nos llevó sanos y salvos a nuestras casas, después de una fiesta en su casa, pese a que en muchas ocasiones nos arreglaron colchonetas improvisadas y nos quedamos a dormir para nuestra seguridad. Que les dio, de su bolsillo, becas de estudio a algunos compañeros de escuela, para que continuaran sus estudios, que daba consejos de vida, que nos invitaba a sus tertulias y peñas periodísticas que después eran literarias o de discusión política.

Durante mis años como directora de la Biblioteca alemana, me visitó un entusiasta jovencito que estaba terminando su carrera de periodismo, Pirulo nieto de Aburto quien tenía una sed de conocimiento que le ha llevado a merecer premios internacionales como periodista. Wilfredo el Pirulo Miranda, es quien tomó la estafeta de ese periodismo audaz y colmilludo que sembró en tierra fértil su abuelo, uno de los mejores editores que Nicaragua tuvo.
Muchas corrientes han pasado debajo de puente de la vida, hoy esas aguas bravas que libraste se tornan río manso que navegan al mar inmenso de la conclusión de la vida. En su barca, se dirige a los brazos del Creador y nos duele la distancia. Nos duele no poder darles un abrazo a Doña Chilo, a Morela, Chilito, Vilma a Carmen María y Pirulo que están en un oprobioso y obligado exilio.
Nos resignamos escribiendo estas palabras que siempre nos animaste a buscar, explorar los secretos de la escritura, de compartir y de hacer amigos a los amigos de tus hijas, nietos. De saborear los sinsabores de un país envuelto en conflictos y que el arma más poderosa siempre será la palabra esa que no callamos y gritamos, aun en silencio.
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