Volveré a mi pueblo?
- Madeline Mendieta
- 5 mar 2024
- 6 Min. de lectura
Un recital nostálgico, evocación a la memoria sensitiva.

La noche en complicidad con dos guitarras, la plaza de la Independencia tapizada con miles de espectadores que embriagados de poesía noche a noche disfrutaban de un concierto después de las lecturas, es una noche más del Festival Internacional de Poesía de Granada, Nicaragua; los tocayos Luis Enrique Mejía Godoy y Luis Enrique Mejía, sobrino y tío ofrecen un recital que sería el último que yo viera en ese febrero del 2018.
Seis años después solo flota nostalgia.
Me reciben mis amigos en Los Ángeles, el tiempo casi no alcanza para conocer todo lo que hay que visitar, apenas dio tiempo para visitar el Museo de Arte Contemporáneo, Chinatown y luego buscar donde comer, antes de la presentación del libro 1949 de mi amiga Marina Moncada. Luego les cuento de mi visita al MOCA.
De rigor, tenemos que probar comida nicaragüense y vamos a Portobanco, un lugar icónico para la comunidad nica en Los Ángeles, nos ofrecen bebidas y pregunto si tienen Victorias, solo Toña responde un simpático joven. La primera me supo a gloria, seis meses de probarla, nostalgia etílica que me recuerda el amargo sabor de la distancia, la camaradería que se extraña. Gastón Bachelard, en su poética de la ensoñación señala que “El pasado recordado no es simplemente un pasado de la percepción. Puesto que recordamos, el pasado aparece ya en la ensoñación por su valor de imagen”.
En este sentido, la ensoñación nos traslada a los archivos de la memoria, a esos episodios donde fuimos felices que son los que nos permiten soñar con ese pasado.

Mi amigo el poeta Alain Pallais, además de escribir pinta hermosos cuadros. Me cuenta la historia de cómo una persona que le quería comprar sus cuadros lo citó en Portobanco y nunca apareció y decidió dejarlos allí previa autorización de los dueños, después de ese evento una estrecha amistad los anima a sentarse a nuestra mesa y conversar sobre los inicios del restaurante. Los cuadros todavía están allí de exhibición.
Heberto Portobanco Guillen, fue un prestigioso mánager de liga profesional de Beisbol en Nicaragua, se inició en el año 1971 y también en esa fecha entrenó a Dennis Martínez cuya trayectoria se cuenta por sí sola. Heberto fue un personaje muy emblemático en la historia del deporte nicaragüense, quién no recuerda su ímpetu en las finales contra el equipo de León, ciudad rival desde la época colonial por disputarse ambas la capital del país, luego en 1852 Managua fue declarada como tal. Hoy en día la discusión radica cuál de las dos ciudades cumple los 500 años de fundación, sin embargo, esa discusión se la dejo a los expertos en historia. Heberto Portobanco entró al salón de la fama en el año 2004 como reconocimiento a su intenso trabajo y ser parte de la memoria deportiva en Nicaragua.

La familia Mejía Godoy, también tiene su historia dentro de la discografía nicaragüense y latinoamericana. Su recopilación de música folklórica, así como su aporte al canto testimonial ha influenciado a muchas generaciones. Es indiscutible que la revolución sandinista se vistió de una capa de idealismo romántico a través de las artes, la poesía exteriorista de Ernesto Cardenal, los murales en edificios y lugares públicos, el teatro popular con influencias del teatro del absurdo o del oprimido, las caravanas poéticas que llegaban a los frentes de guerra, todo esa utopía, enmascaraba la cruda realidad de la guerra y los abusos.
Décadas han pasado y como dice Bachelard “Para revivir los valores del pasado hay que soñar, hay que aceptar esta gran dilatación psíquica que es la ensoñación, en la paz de un gran reposo. Entonces imaginación y me‐moría rivalizan para darnos las imágenes que tienen de nuestra vida”.
Esa rivalidad entre la memoria, la ensoñación y los hechos es la que nos mantiene en un constante bamboleo a los nicas. ¿Qué fue verdad? ¿Qué es cierto? ¿Cuál es tu verdad y cuál es la mía?
El hecho es que hoy, aquí y ahora los nicaragüenses estamos dispersos unidos por el hilo de la ensoñación y la memoria. Por esas fibras que nos arropan y nos permiten sentir que tenemos una identidad que nos sacude cuando los sentidos se abren a esos momentos que nos hacen felices.
Heriberto Portobanco hijo, nos cuenta cómo inició la idea del restaurante el cual nace por ese sentimiento de la nostalgia, del encuentro con las raíces nicas seis años después este lugar está bien posesionado como uno de los restaurantes para degustar el sabor nicaragüense, mientras me cuenta esta historia, les pide a sus colaboradores que me sirvan diferentes tipos de platillos y que, de mi veredicto, me sentía como una juez de las estrellas michelín. El almuerzo se extendió hasta la cena, entre toñas, plática sabores probé: carne asada con gallo pinto, indio viejo, ceviche mixto, pescozones, vaho, enchiladas, rollos de pescado, nacatamal, cuajada con tortilla, buñuelos. Platos van platos vienen, Portobanco me presenta a Mayra, su mano derecha en el negocio y a los chicos que nos han estado sirviendo, mientras explica cómo ha logrado que ellos se involucren desde la creación de los platos, el servicio y la cordialidad que estos muchachos ofrecen, la mayoría son nicaragüenses que han llegado buscando oportunidad de crecimiento, tienen diferentes profesiones y han encontrado en el mundo gastronómico no solo estar cerca de su terruño, sino de todos los que ahora vivimos en este país y queremos recordar a través de la comida, un sentimiento de reencuentro, de ensoñación, de familia. Creo que esa visita, me aumentó unas libras, pero valió la pena.

Es viernes 23 de febrero, el salón principal de Portobanco está completo. Me encuentro con mi amiga Ana Cecilia Hooker quien conversaba con Luis Enrique, ambos somoteños. Nos damos un profundo abrazo la última vez que la miré fue en el 2022, en su casa en Managua, le compré un hermoso collar de los que ella elabora. Ana me lleva a la mesa y está Verónica y Joseph Wyman la alegría de vernos fue mejor de lo que la imaginé. Habíamos postergado dos encuentros desde mi llegada a California y de manera espontánea estábamos allí unidas por la música, la nostalgia.
Los Luises, Luis Enrique y Luis Pastor yerno y suegro, nos ofrecieron un concierto con sus canciones más románticas, amorosas, pero la revelación de la noche fue Adrián hijo de Luis Pastor y nieto de Mejía, como nos recordó Luis Enrique “lleva el relincho en la sangre”. Relincho que nos empuja a ser como somos, llenos de algarabía, euforia, romanticismo de soñar con esa patria unida por el tripe lazo que indica Gastón Bachelard: “El triple lazo: imaginación, memoria y poesía”.
Entendida aquí la poesía, como ese velo que cubre todo aquello que es sublime, los sabores estallando en la boca, la voz de los juglares dándonos un arrumaco musical, la gente coreando “Pobre la María” y la “Nicaragua, Nicaragüita” y bailando con “Somos hijos del Maíz”. “El atol…!”
El concierto concluye y Luis Enrique anuncia que se tomará fotografías con los asistentes, me toca mi turno y le expreso: La última vez que te miré en un concierto fue en febrero 2018 durante el Festival de Granada que fue en homenaje a Fernando Silva. Nos trasladamos a la plaza de la Independencia, cuando la multitud abrazaba al trovador con una cálida noche granadina, bañada de poesía y esplendor.
Escribo esta reminiscencia y vienen a mi mente tantas imágenes que guardo, la fanaticada frenética gritando en un estadio y Heberto Portobanco dando señales indescifrables a su equipo, las vendedoras ambulantes con sus delantales ofreciendo comida rápida en las graderías, los chicheros al son de toros incitando a los bailantes a brincar con “la puta que te parió”, la romería de expresiones populares en el “Carnaval poético” organizada por Bayardo Martínez y Fernando López a la cabeza, el poeta móvil que en cada esquina se detenía al llamado de Salomón Alarcón a los poetas de las diferentes latitudes del mundo, subían a declamar sus poemas ante una ciudad colmada de historia, Chichí Fernández montado en la caleza con Claribel Alegría, mientras Ernesto observaba desde un balcón las gigantonas leonesas, los agüizotes de Masaya y el judas nandaimeño arrastrado por cadenas en un espectáculo de teatro callejero inolvidable, el féretro que ese año se enterró la “Discriminación y la violencia”, la poesía como pitonisa a lo que sucedería dos meses después, mi queridas poetas y entrañables amigas, Gloria, Blanca, Gioconda, Isolda, Marina, Martha Leonor y Alejandra mi cómplice en tantas noches de bohemia granadina.
Demasiado que evocar en tan poco espacio para escribir.
Los últimos conciertos que miré eran dos Luises, Luis Enrique Mejía, el salsero con su tío durante el festival de Granada en el 2018, Luis Pastor y su suegro Luis Enrique Mejía Godoy en 2024. Nada es casualidad.

Esperé con estímulo del duelo, “Volveré a mi pueblo”, la cual no cantó.
La pregunta pulula siempre entre los nicas que vivimos fuera, desde hace décadas o reciente. ¿Volveremos a nuestro pueblo? No lo sabemos, quizá nunca lo haremos.
Mientras mi ensoñación palpita, tarareo la letra: “el olor adobe sentirán mis manos y mi viejo pueblo me verá llorar”.
Una lágrima se escurre, “qué triste es el país de las lágrimas”.
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