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Cantar de Inocencia

"Te cuento esto porque la gente fracasada y superflua

sólo se salva al hablar". Chéjov




Leer a un autor que además es amigo suele ser una racha de suerte, como ese azar que por la alineación de los astros o la divina providencia le da a un compulsivo jugador en una noche de casino.




Conozco a Carlos M. Castro desde que anotaba en papeles sueltos sus poemas y los guardaba en los bolsillos de su jeans desgastados, me pedía la palabra para declamar sus versos que siempre cerraban con alguna imagen sarcástica. Nos juntó la vibra poética y la complicidad de Francisco Ruiz Udiel, de quien sus amigos lo consideraban una especie de Jim Morrison de las letras nacionales, además de lecturas, recitales, Festival Internacional de Poesía de Granada, viajes a varios departamentos y luego su unión marital, Carlos es de los pocos amigos escritores con quienes nos tomamos este oficio en serio y pese a la distancia, el cariño mutuo y el respeto a cada proyecto que emprendemos sigue intacto como la primera vez que me invitaron a ser parte de un recital con música acústica en la Universidad.



Mucha agua corrió desde entonces.

“Cantar de inocencia es un libro de relatos del escritor Carlos M. Castro” bajo el sello Lector Disléxico

"Y si matamos a todos los viejos en alguno de sus recitales? —dice uno entre risas, antes de dar una calada al porro que acaba de pasarle una chica que sostiene un vaso descartable"


No sé si esta es una fantasía de todo joven escritor, atentar contra sus maestros o sucesores de generación. "Tuércele el cuello al cisne" decía Enrique González Martínez en relación a la decadencia del modernismo y su preciosismo empalagoso. Los arrebatos de la juventud, sobre todo en el gremio literario tiene como proceso de iniciación negar en el mejor de los casos o aniquilar a la anterior. Es conocida la anécdota de la pira que hicieron los vanguardistas de Granada con los libros de Rubén Darío, aunque luego conocieran su valioso aporte a la literatura internacional.


No es casualidad que el autor tenga como leitmotiv "el desasosiego" de un grupo de aspirantes a escritores, que quieren comerse el mundillo literario del país y eso empieza por sacrificar a las vacas sagradas de la letras nacionales.

Proyecto de Obra Maestra.


Con este título el autor abre de par en par las puertas de lo que será la locación y al mismo tiempo el centro de operaciones: La casa absurda, la cual tenía particularidades descritas en los diferentes relatos que lo conforman, es decir la casa no solo es un objeto de protección, sino que encierra además una serie de acontecimientos que se revelarán y será el núcleo de los personajes que suelen entrar y salir de la misma. El autor la define:


"Casa Absurda está anclada, en un presente perpetuo de sordidez e inocencia"


Maurice Halbwachs, en su libro "Espacio y Memoria" nos revela que los espacios "no se trata de una mera armonía y congruencia física entre el lugar y la persona. Más bien, cada objeto, propiamente colocado en el conjunto, nos recuerda una manera de vida comun a muchos individuos".


La relación que tienen estos jóvenes con la casa como los llama M. Castro "literatura novosecular nicaragüense", es decir el vínculo además del objeto-afectivo, también lo es la literatura, plasmando la relación en el mismo nivel de memoria emotiva.


Carlos M. Castro viaja a inicios del siglo XXI, cuando por una coincidencia capitalina (acá la gran mayoría nos conocemos) conoce a Francisco Ruiz Udiel (Andrés en el libro) y a Milton (Ulises Juárez Polanco) quienes jugaron un papel muy determinante en la escena de la literatura de los 2000 por sus iniciativas como gestores, editores y por su propio desempeño como poetas y narrador respectivamente.


Los relatos de M. Castro, tienen la inocencia de muchos jóvenes de forjar una carrera literaria en una ciudad hostil, ruidosa como lo es Managua, donde viven diferentes realidades y él se concentra en este grupo determinado de amigos, colegas, aspirantes a artistas que los define de esta forma:


"jóvenes-en-eterna-adolescencia cubiertos de caramelo postmoderno postestructuralista postpop postHistoria y rellenos de centro líquido autodestructivo, de cinco a cuarenta grados alcohólicos, gaseoso [buenísima combustión herbácea] o en partículas blancas que, te aseguro, no es harina para ravioli; puras excusas de niños puritanos en disfraz de libertinos, provincianos alucinando una Gran Urbe [¿una gran ubre?] para sacarse las pollas endurecidas a huevo (ahora parece comenzar a sofocarse: sus manos se estiran como queriendo romper la bolsa) y pelarse las rajas peladas o peludas, depiladísimas o montarascudas, y montarse los unos sobre las otras o más frecuentemente las unas sobre los otros (hace una pausa breve y sigue, siempre en voz alta pero más lento, y dando sacudidas algo violentas con su cuerpo)..."



El narrador/autor perteneció a ese grupo de "niños puritanos con disfraz de libertinos", de la Managua/clasemediera quienes orbitan en los centros culturales, los bares de moda y los conciertos organizados por las bandas que emergen con nombres de comidas nacionales, son estos mismos quienes habitan la casa absurda que no es más que en microcosmos, una pequeña muestra de lo que suele ser nuestra capital. En otra descripción el narrador nos dice:


"la casa era más bien una fuente insoportable de ruidos y olores sospechosos, un lugar en permanente fiesta tardoadolescente, un metedero de cipotes impresentables, un estorbo". La casa como el epicentro del encuentro y de fuga, los protagonistas huyen de sus propias realidades o entornos porque no hay mucha descripción de sus vidas más allá de la casa absurda, se delinean pequeños lugares, calles pero no se sabe mucho de ellos, solo las circunstancias por la la cual se reúnen para hablar sobre literatura, a buscar parejas o encuentros sexuales casuales, fumar unos porros, hablar, hablar esas pláticas interminables que suelen tener los aspirantes a escritores no dice Carlos: "la casa estaba convirtiéndose en un modesto y caótico punto de encuentro de la joven intelectualidad metropolitana"


La casa entonces es una madriguera de un grupito que se consideraba especial, porque publicaban en revistas dirigidas por escritores laureados a nivel internacional, porque tenían entradas gratis a toques y eventos a manera de canje por escribir en un blog digital que promovía a los mismos, en términos populares estaban en la jugada de la cultura y la farándula capitalina, esa misma que suele creer que se comen la flora, el verdor de los frondosos bosques de la admiración, el reconocimiento y los aplausos.


En su libro "La poética del espacio" Gaston Bachelard indica que los espacios físicos, también son espacios subjetivos, donde se depositan nuestras memorias emotivas, creamos vínculos con los objetos, los olores, los recovecos, el ambiente mismo de la casa nos encapsula a un momentos de nuestra vida. Bachelard dice:

"La propia casa, cuando se pone a vivir de un modo humano, no pierde toda su "objetividad". Es preciso que examinemos más de cerca cómo se presentan en geometría soñadora las casas del pasado, las casas donde volvemos a encontrar en nuestras ensoñaciones la intimidad del pasado"


Carlos M. Castro en cada relato nos cuenta una anécdota de este grupo, de esos jóvenes que crearon una comuna, quizá al estilo Charles Manson, donde su plan era ir a quemar el Centro de Escritores y acabar con la anterior generación? La casa absurda, tiene esos matices, gente que entra sale, se devoran sexualmente entre ellos, se ilusionan con la literatura y al final un maletín extraño que viaja hasta Azerbaiyán, lugar de residencia del autor y su familia, contendrá un secreto conspiratorio. Estaré en ese maletín? es la pregunta que como lectores nos hacemos.


La ciudad como punto de fuga.


Managua es una ciudad desfigurada, su rostro es como un cuadro de Picasso, fragmentada y con su propio surrealismo. Los capitalinos, en su mayoría no son originarios son de otras ciudades que migraron por razones de trabajo, familiares etc. Es la capital, el escenario de la mayoría de los relatos de Cantar de Inocencia, aunque hace referencia en algunos momentos de León, ciudad donde uno de los personajes es originario. Las ciudad, no solo es un punto de referencia físico que está delimitada en el perímetro desde el puerto Salvador Allende, Metrocentro, Colonia Centroamérica, Las Colinas, luego carretera norte, específicamente cerca del Recinto Universitario Pedro Araúz Palacio, hasta el reparto Real, cerca del aeropuerto.


"Volví a la simulación que llamamos Managua. Caminé por calles muy angostas, con el asfalto descascarado, encharcadas; caminé entre la basura que decoraba los cauces al borde de esas calles y las aceras y las cunetas; caminé por un andén con casas minúsculas, encerradas tras muros y rejas, descoloridas, entre personas yendo y viniendo sin reparar en mí, indiferentes también a mis pensamientos. Llegué a un lugar que había conocido hacía muchísimo, en otra vida, un recuerdo peregrino, inocente: la casa y la mujer que me esperan desde siempre. Pero no. Era mentira. Todo se desvanece cuando me acerco"


En el relato se describe la ciudad como una simulación en sí misma. Es decir, es la capital que desordenadamente creció después del terremoto del 72 sin ningún ordenamiento lógico, carece de centro, los puntos de reunión son los centros comerciales, o centros culturales, algunos parques dispersos, calles y avenidas hostiles para transeúntes y ciclistas. Esta calle que describe el narrador, es esa Managua que damos la espalda, porque pensamos "la novia del Xolotlán" exhibe sus bondades en spot turísticos, pero la otra cara de la moneda suele ser oscura, que se desvanece ante el colorido de las luces neón del comercio y bares en zonas rosas.


“Me pregunto si acaso habré llegado a otra Managua,”


En Cantar de Inocencia, los relatos nos contraponen las realidades que se viven en una ciudad tan dispersa como es la nuestra. Maurice Halbwachs señala: "Esta parte del grupo simplemente no está interesada en lo que sucede más allá de su estrecho circulo y su horizonte inmediato".


"Continúo mi búsqueda. Camino por veredas desoladas, no solo ya de terracería: de pura tierra, con el polvo suelto o cubiertas de un lodo ignominioso, el lodo inevitable de Managua, de cualquier Managua, de toda Managua posible y pasible, de Managua imposible e impasible. La oscuridad in-vade lo más hondo de mí. No sé dónde estoy. ¿En dónde estoy?"


Cuál es esa búsqueda que hace el autor? salir de la casa absurda porque "los culitorrosados esos que en su puta vida se han acercado a un asentamiento espontáneo donde la gente vive a orillas del cauce entre paredes de plástico negro, sin agua potable ni calles asfaltadas". Es una punzada crítica a un sector que convive en esa ciudad "imposible e impasible" pero generaliza que su realidad es la de todos.


Nos damos cuenta de ese sentimiento de extravío cuando salimos de nuestra zona de confort, y nos perdemos en rutas, callejones que nunca transitamos y pensamos, esto también es Managua? El sentimiento de sentirnos matagalpinos, caraceños, leoneses o granadinos y ver esta ciudad como un hermoso caos.


"Oigo la ciudad, su barullo inconfundible, su hermoso caos".


Carlos M. Castro, captura imágenes de una generación que no puede regresar a ese caos, sus vidas se esparcen como constelaciones en cielo abierto de Poneloya que tirados en la arena después de un fin de semana de bacanal, piensan que el futuro es ese preciso momento. Sin embargo, Carlos escribe desde la nostalgia de la comunión artística cultural, desde las pérdidas y los duelos por la muerte, separación de quienes habitaron esa casa absurda, de quienes llegamos alguna vez por invitación de uno de sus miembros a ver un ensayo de cualquier artista, a ver un documental o película, a escuchar la transmisión de la "radio colchón del patio", a fumarse un porro, tomar una cerveza. Tirar un volado al aire para saber quiénes se van y quiénes se quedan.



La casa seguramente está rentada, remodelada y habitada por otros inquilinos. Managua, es una ciudad que se deshace y rehace, el "hermoso caos" que nos indica el autor es la dosis de adrenalina que nos tomamos cuando caminamos por sus escandalosas avenidas y calles, sorteando los buses, camiones y vendedores ambulantes. Managua y la casa absurda son polvo de memoria que nos esparce el autor en este soplo que nos irritan los ojos y una sutil lagrimita se asoma queriendo lanzarse a rodar para desaparecer.







 
 
 

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