Chinatown
- Madeline Mendieta
- 29 ene 2024
- 4 Min. de lectura
Ningún cuento chino que contar.

Situado entre la Avenida César Chávez, el Dodgers Stadium y el parque histórico del centro de los ángeles entre otros, el Chinatown o barrio chino es un lugar icónico y muy surrealista para visitar.
Dejamos el vehículo en uno de los miles de parqueos que hay en la ciudad de los Ángeles, ciudad bañada de autopistas atiborradas de carros. Caminamos varias cuadras hasta ver la entrada con su dragón rojo y sus banderines ondeando bajo un celeste cielo iluminado y radiante.
El lugar parece un set estilo Hollywood, de hecho, por iniciativas de un líder comunitario chino-estadounidense Peter Soo Hoo vio realizado su esfuerzo en 1938 cuando se fundó. El barrio ha pasado por muchos cambios, el primero inició en el siglo XIX, pero desapareció tras un incendio. Posteriormente le han incorporado diferentes atractivos con la típica arquitectura china, pagodas, templos, faroles que te ubican en Pekín o Shanghái.

Me recibe con una pose de artes marciales, la estatua de 7 pies de altura del legendario Bruce Lee. Durante mi infancia, los matiné domingueros no podía faltar una película de este actor que mezcló muchas técnicas de kun fu, Tai Chi y el boxing entre muchas más y es considerado el creador de las Artes Marciales Mixtas. Un personaje ícono del cine tanto en Hong Kong como en América por ser considerado un ser enigmático, perfeccionista.
En los años 70´80´ las salas de cine en Managua siempre exhibían: “La furia del dragón”, “El juego de la muerte” y “Furia Oriental” entre otras en esa época los jóvenes vestían, entrenaban como Lee. Los zapatos chinos, los chacos elaborados de manera artesanal era parte del estilo que los muchachos imitaban. Las competencias del manejo de los aparatos de defensa personal eran todo un espectáculo callejero, el mayor reto era manejar los chacos sin camisa sin perder el ritmo de los movimientos, darse un golpe y no tirar la cinta en la cabeza. Mucho tiempo después esta euforia regresaría con el Señor Miyagi con su filosofía de entrenamiento.
Li Den Xiao, poeta chino del Siglo XIV en su poema “Un guerrero se revela dentro de un poema chino” dice:
“Ah, poeta, tus palabras no tocan mi cuerpo
las esquivo. Eludo los adjetivos con que pretendes
inmovilizarme.
Salto, avanzo, retrocedo, imito al tigre
soy la grulla
el mono, la serpiente, el oso, el tallo
de cereal que se alza y dobla
en la mano del viento”.

Veo la imagen de Bruce y recuerdo sus movimientos dramáticos, casi danzarios que imitaban tal como lo dice el poeta a cada animal para vencer al contrincante. Su estilo marcó a millones de generaciones en el mundo entero. Pero en mi pequeño país, Lee era un héroe más cercano, real que le sangraba la nariz cuando un Chuck Norris le asestaba una patada. Pero igual que la estatua esos recuerdos quedan petrificados en la memoria y mejor decido moverme en la pequeña plaza y comprar algunos souvenirs.
Las pequeñas tiendas se extienden por varias cuadras, el próximo sábado 10 de febrero es la celebración del nuevo año chino cuyo animal es el dragón de madera. Fuegos artificiales, dragones de diferentes materiales, abanicos, katanas, pokemones, pulseras de piedras con los signos chinos que te ayudan con la prosperidad, la abundancia, la salud.
En uno de los establecimientos, me acerqué a ver unas pulseritas y un abanico con el dragón dorado y dos chinos atienden con el entusiasmo típico de los comerciantes, cada artículo tiene un propósito que define la celebración de su nuevo año.

El dragón de madera es un ícono del liderazgo y tenacidad; además, simboliza la nobleza, el honor, el poder, la suerte y el éxito. Me convencen y entro a su caramanchel repleto de amuletos, inciensos, budas, gatos moviendo la mano en señal de buena suerte. Tomo una katana y juego por unos minutos a ser Kill Bill personaje de Uma Thurman cuyo traje amarillo hace un guiño a Bruce Lee en la película “El Juego de la muerte”. Obviamente no tengo el traje amarillo ajustado y menos la delgadez de la Thurman, pero fue divertido tomar el sable para recordar esa infancia con tanta influencia asiática.
Recorro la plaza con sus fuentes, y los turistas empiezan a cubrir el lugar que todavía tiene algunos lugares cerrados, igual que yo se sienten en otro continente dentro de una ciudad de absurdos contrastes, cosmopolita que delimita la zona de cada grupo étnico y racial.
Unas horas no son suficientes para recorrer todo el barrio que condensa más de 28 mil habitantes, con un colorido enrojecido que contrasta con los ventanales de los edificios grises que se ubican cercanos a la zona.

Restaurantes, bares, museos, galerías, librerías y un templo similar al taoísta Thien Hau, son un resumen de lo que se puede ver, sentir en este barrio que a toda costa mantiene su identidad, aunque el mercado los empuja a comercializar esa cultura al punto de venderla como objetos de colección exótica.
Me meto la mano en el bolsillo y siento la moneda que me vendió el simpático comerciante quien me dijo: que no solo me ayudaría con mi abundancia económica sino a lograr esas metas que anhelo.
Mientras escribo y leo poesía china Lu Tsin del Siglo XIII, recuerdo que las palabras del chino y la moneda, el dragón y mi visita.
“Es el dragón que sueñan ustedes en sus casas, abrigados, el que escribe este poema.
Sus llamas son las palabras.
Yo sólo avanzo, feliz, hacia la boca abierta de la oscuridad que ha de cesar.”
Algo de magia tienen estos versos y la moneda. Desde ese día, me siento con más suerte.
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